miércoles, 27 de abril de 2022

POESIA VIVA del dia 29 04 22

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poeta y dramaturga ha trabajado como traductora, guionista y actriz. Sus poemas han

aparecido en revistas como Zéjel y Anáfora. En 2018 obtuvo una beca de residencia literaria

en la Fundación Antonio Gala para jóvenes creadores. Fue finalista del Premio Adonáis de

Poesía 2019 y 2020, y ha recibido diversos galardones como el XXI Premio Gloria Fuertes de

Poesía Joven por su poemario Elegías para un avión común y el accésit del XII Premio


Romero Esteo para la dramaturgia joven por su obra Árbol quemado. Fue finalista de la I

Residencia Dramática que convoca el Centro Dramático Nacional. Más allá de esto, en la

actualidad escribe, dirige y se gana la vida enseñando literatura. Su poemario Movernos en

la sed ganó el VI Premio Valparaíso de Poesía.

Twitter: @lorcarlaa

El libro que ahora nos ocupa en esta breve aproximación, Elegías para un avión comúnse divide en un total de seis elegías y cada una de estas contiene, a su vez, un número variable de poemas que va desde los cuatro de la primera hasta los ocho de la tercera, que es la más extensa del conjunto. No obstante, si se tiene en cuenta que ninguno de los poemas lleva título y que la puntuación ha desaparecido casi por completo de su escritura artística, puede entenderse, en realidad, que todo el libro es un único y fluido poema, esto es, una única y hermosa elegía contemporánea que ha emanado, tal y como señala Pablo García Casado en las notas de su peculiar prólogo, de la soledad, de la angustia y del dolor propios del malestar posmoderno.

¿Cuáles son, pues, los anclajes primordiales de este magno canto elegíaco? Destaca, en primera instancia, cómo la escritora sacrifica los retales de sus experiencias más íntimas en favor del componente lírico y universal; sin embargo, en dicho trasvase lo personal, lo autobiográfico si se quiere, no ha podido evitar dejar ciertas huellas en sus versos, como trasluce, por ejemplo, en una de las composiciones de la «Elegía II», donde se entrevé a qué edad escribía la presente obra —y en qué época: «invierno de 2018», señala en la «Elegía III»—:

En la fuente se resumen veintiún años
al menos desde que el mundo es esta fuente
la mano el labio un soplo al que me agarro (p. 26)

No puede pensarse, en cambio, que las referencias temporales sean de ningún modo fortuitas, pues la autora se ha ocupado primorosamente, incluso, de dejar un elemento paratextual clave que remite a su fecha y a su lugar de nacimiento, dado que en la portada azulada podemos ver el detalle de un sello de treinta pesetas que muestra, en su interior, un avión común, y en el matasellos que lo cubre reza: «12-08-96», «Palma de Mallorca». Y es que, en el amplio y polivalente marco del poemario, el nacimiento es un motivo harto importante y se define, según Carla Nyman, de la siguiente manera:

Nacer:
un estiramiento de la vida
hacia el riesgo

de la ruptura

como un globo a punto de deshincharse (p. 19)

Esa ruptura vaticinada o presentida, evidentemente, es la muerte, presencia que ronda de continuo los versos de Elegías para un avión común para descubrirnos una paranomasia muy acertada y una metáfora que, en parte, trae el recuerdo en general del imaginario lírico de Chantal Maillard y en particular de su obra La herida en la lengua (2015):

llegar no se llega

se llaga

no tiene lengua la herida
cómo explicar
todavía huyo de la muerte

pero atardece (p. 20)

Otra reminiscencia posible surge en el último compás de la «Elegía IV», puesto que el diálogo desde la solitaria hacia los solitarios ocultos en la inmensidad recuerda al poema «Nadie está solo». El paralelismo, en este sentido, es más que manifiesto, aunque tal vez no consciente ni pretendido, pero sí contrastivo por opuesto. Mientras que José Agustín Goytisolo escribía, al final de su composición: «Nadie está solo. Ahora, / en este mismo instante, / también a ti y a mí / nos tienen maniatados»; Nyman declara en su grito, entrelazando tantas y tantas soledades:

Ahora
en este mismo instante
también tú y yo
estamos solos (p. 46)

De Maillard a Goytisolo, pasando, tal y como confiesa la autora en los agradecimientos del cierre, por las cotas de Federico García Lorca, Ada Salas, Amalia Iglesias, Ángela Segovia o —que no falten nunca en la postura y en la impostura— Fernando Pessoa y T. S. Eliot; del dolor a la soledad, y, a continuación, el encuentro con otros ecos más clásicos, con otros lugares comunes, que aparecen en el contacto —obligado desde el inicio— con los rostros de la muerte. En unos pocos versos los ríos y los mares de las archiconocidas coplas de Jorge Manrique riegan los árboles del bosque de los violentos contra sí mismos del canto decimotercero de Dante Alighieri, petrificando la mirada inquieta de la artista:

Pero entonces llega el mar
la leña los muertos
esta ansia de mirar las paredes
muy fijamente (p. 49)

Por otro lado, cabe subrayar que el avión común, cuyo nombre científico es, por cierto, delichon urbicum, es un ave migratoria perteneciente a la familia de las golondrinas, de forma que uno de los animales voladores más icónicos y simbólicos de nuestra tradición popular y de nuestro discurso místico anida, sorprendentemente, entre las sílabas de este poemario contemplativo y meditativo a partes iguales. Así, en el transcurso de su melancólica lectura lo alado se entrecruza con la angustia, con la asfixia, «y estos pájaros que ahogan lo que todo ya termina» (p. 26); y el sujeto poético se confunde con lo celestial en un espacio aéreo de libertad para resolver, por fin, la tensión entre el amor y el dolor, entre lo humano y lo divino, entre el tú y el yo, entre la vida y la muerte, entre ser y no ser:

Allá
donde ya no es
ni tú
ni yo
el espacio del error
el área del nunca
todo acaba con alguien acodado muy solo (p. 23)

Se comprende, por lo tanto, a la perfección en este vuelo resignificado que lo migratorio, el movimiento, esté tan patente en este compendio elegíaco, llegando a esbozarse, aun, como una suerte de viaje iniciático que empuja a volver al origen y, posteriormente, a reconstruir la identidad arrebatada desde las raíces de la existencia:

Desandar el origen
donde todo comienza
reconocerse débil

y derrumbarse

descansar
entre las flores de una cuneta (p. 31)

Y en ese intento balbuciente de regreso al origen, al sueño, la infancia —siempre perdida, como marca la tradición y como exigen los traumas freudianos— se muestra como otro de los bastiones esenciales que levantan el poemario de Nyman. Esta infancia, hermosa y perdida, justifica, de hecho, el deseo de retorno y el anhelo de maternidad del yo lírico para lograr sentirse otra vez segura y niña, quizá completa:

como no fuimos capaces de volver
deseamos un hijo un tierno hijo
donde refugiarnos
y mirar todo lo que perdimos (p. 32)

No obstante, lo cierto es que la soledad, la angustia, el dolor, la pérdida y la muerte son solo premisas menores, sensaciones transitorias que tejen el telón de fondo de lo auténtico, en el quehacer poético de Carla Nyman, porque la premisa mayor que rige e impulsa su universo poético no es otra que la búsqueda y el descubrimiento de la belleza, incluso en las peores circunstancias:

Y es hermoso ahora que ya no somos niños
sabernos extinguidos
mirar hacia atrás y escuchar trinos en los castaños (p. 54)

De tal modo, la persecución de la belleza la hace, por fin, libre de todas sus cadenas represivas, y la hace reconocerse a sí misma como mujer y como ser deseante, como mujer y como poeta que contempla lo sublime y lo cotidiano y, sencillamente, escribe en un torrente tan medido como incontrolable de palabras, de voces:

eres alguien que desea
dilo: soy alguien que desea
ya cuando esto acabe
deberás tener paciencia
si miras bajo tus pies
la soledad se hace grande a cada paso
como tu sola sombra o la sangre de tu regla
y esta es la pérdida
mira su belleza y no envidies a nadie
tú eres la que escribe

Ya lo dijo el sabio Confucio hace más de dos mil años: «Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla». Nyman, por fortuna, sí posee esa mirada única tan codiciada, y tiene la voluntad de compartirla con los demás, por lo que no queda otra que alegrarse ante su juventud y ante su prometedora obra imparable, pues hay, a la zaga de su huella, todavía belleza y poesía para rato.

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Autora: Carla Nyman. Título: Elegías para un avión

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